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Próximamente se cumplirán dos años y medio del fallecimiento de mi padre. Cuando la gente me pregunta que edad tenía y yo le digo que 72 años, suspiran como diciendo: ¡a bueno!, dando a entender que era de esperarse porque ya era viejo. Yo los miro y pienso que si lo hubieran conocido no pensarían igual.
Mi padre era abogado, artesano, director del coro de su Iglesia y presidente del consejo parroquial. Sin contar con que era el autor de varios libros de talla de santos, daba clases junto a su hermano, exponía sus obras en ferias de artesanía a través de toda la isla y no se perdía un juego o recital de alguno de sus nietos.
Cabe preguntarse entonces, ¿era viejo mi padre al fallecer?
Cuando estaba en primer grado aprendí a leer con un libro que mostraba una familia típica compuesta por el papá, la mamá, el hijo, la hija, el perro y el gato (Lobo y Mota, ¿se acuerdan?). Los abuelos se pasaban los días meciéndose en un sillón.
Esos no son los abuelos de mis hijos. Mi mamá aún trabaja, cocina como nadie, está siempre pendiente de sus hijos y nietos y tiene una página en Facebook.
Es tiempo de redefinir la vejez de manera que este acorde con los tiempos que vivimos.
Hay un estudio muy interesante que indica que las personas que se mantienen activas y productivas piensan que la vejez comienza 15 años en el futuro, sin importar su edad actual. En otras palabras, una persona de 50 años piensa que la vejez comienza a los 65, mientras que, al llegar a los 65, piensa que la vejez comienza a los 80. Esa es una manera muy saludable de ver el proceso de envejecimiento y la actitud correcta ante el reto de una larga vida.
La Dra. Lydia Bronte, autora del libro The Longevity Factor, señala que mientras la longevidad ha aumentado, el proceso de envejecimiento ha disminuido. Como resultado, todos esos años adicionales serán unos productivos y saludables para la mayoría de las personas.
Como lo fué para mi padre, quien al dejar este mundo a los 72 años, aún estaba lejos de ser viejo.
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