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Doña Martha, que por su apariencia física debía tener sobre 90 años, cruzaba un día la Ave. Ponce de León cuando el semáforo cambió a verde y un joven le gritó desde su auto: “Vieja, sálgase del medio que la luz está verde”.
Doña Martha detuvo su marcha, levantó su bastón y comenzó a bailar en plena avenida hasta que el semáforo cambió a rojo. Entonces miró fíjamente a los ojos al joven que le había gritado y le dijo: “VIEJA SERÁ TU MADRE”.
Al otro lado de la acera estaba yo presenciando ese espectáculo. Cuando se acercó doña Martha le dije: “Eso que usted hizo estuvo genial.” Y ella me contestó:
“Mijo, para ser viejo habrá tiempo en el futuro. Yo todavía estoy entera. Como ves, a mi edad todavía paro el tráfico.” Entonces soltó una carcajada y prosiguió su camino.
Todos conocemos personas que, como doña Martha, se niegan a permitir que otros les dicten las pautas por las que deben regir sus vidas sin importar su edad, condición o circunstancias. Lamentablemente, todos conocemos también personas que, a pesar de su corta edad, viven derrotados, desanimados y sin planes ni esperanzas de futuro.
Por lo tanto, ser viejo no puede definirse simplemente por la edad. En realidad es una combinación entre la edad cronológica y la experiencia subjetiva.
Es posible que el mayor reto al que nos enfrentamos al envejecer sea uno psicológico. La ciencia ha hecho un trabajo extraordinario en añadir más años a nuestra vida. Sin embargo, no ha tenido el mismo éxito en ayudarnos a descubrir el propósito de los mismos. Las personas temen envejecer, hasta cierto punto, porque no están seguros del valor que pueden tener en una sociedad que idealiza la juventud.
Esta visión no solo es desafortunada, sino también insostenible. La sociedad moderna (al igual que sucedió en las sociedades antiguas) necesita de los recursos y la experiencia de las personas mayores para alcanzar su mayor potencial y proyectarse hacia el futuro.
Hay ciertas cualidades del ser humano que solo se adquieren con la edad como la experiencia y la sabiduría. Desde esta perspectiva, el camino hacia la vejez no es uno decreciente sino ascendente.
El Monseñor Charles Fahey, líder religioso y gerontólogo, se preguntaba qué sentido tenía vivir una vida mas larga si el único propósito era tratar de prolongar la juventud. Por el contrario, decía que si la experiencia y la sabiduría solo se adquieren con el pasar del tiempo, entonces un aumento en longevidad representa una oportunidad única para continuar avanzando en nuestro crecimiento personal y nuestra evolución espiritual.
Existe la opción de ser “viejo” en el sentido tradicional durante dos o tres décadas adicionales o utilizar esos años para “reciclarse” y aprovechar las oportunidades que brinda una larga vida. En este sentido, la identidad y la actitud son más fuertes que la edad en su efecto sobre el destino que cada cual decida labrarse para si mismo.
Como doña Martha, piensa que para ser viejo ya habrá tiempo en el futuro. Mientras tanto, disfruta la oportunidad de vivir una vida larga y productiva. Y al que piense que ya estás viejo para perseguir tus sueños, míralo fíjamente a los ojos y dile: “VIEJA SERÁ TU MADRE”.
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